—¡Ay Dios! ¿Qué he hecho? ¿Cómo voy a salvarme?—exclamó Eva. Se llevó las manos a la cabeza y la agachó.
—¿Dios?—preguntó Jokin. Salió de su reflexión, estaba sorprendido.—¿Has dicho Dios?
—Sí—, respondió Eva con firmeza—¿Acaso no crees en Dios?
—Yo creo en la libertad del Hombre—, aseveró Jokin.—Pienso que el humano vive ya muy determinado por su entorno como para condicionarse aún más con morales y leyes ajenas. Yo quiero pensar que soy dueño de mí mismo. No quiero creer que hay alguien que decide por mí y sentirme como una marioneta. Alguien que tiene fe no está seguro de sí mismo, ni siquiera es totalmente libre. Tiene la esperanza de que otra fuerza superior cuidará de él. Yo soy ateo porque creo en mí mismo y en mi libertad. No quiero que nadie decida por mí.
Eva estaba desesperada. En una de estas, se abalanzó sobre Jokin. Este la rechazó y la alejó de un empujón.
—¡No! ¡No pienso aprovecharme de ti!—gritó desconcertado.
Jokin sabía que se iba a arrepentir de lo que había hecho. Eva era una chica muy apetecible y no podía dejar pasar oportunidades como está. Era la primera vez que una chica se abalanzaba sobre él. A pesar de ello, estaba seguro de que algún día Eva se lo agradecería. A decir verdad, Jokin no sentía ninguna atracción sobre Eva. Él veía en la chica una mujer atractiva físicamente, nada más. La actitud de Eva, que intentaba atraer a los chicos, le repugnaba. Aun así, tenía simpatía por ella. Sabía que su candidez no había desaparecido, sino que se había camuflado detrás de los escotes y las insinuaciones. Por eso, decidió no aprovecharse de la chica. Además, no quería perder la virginidad en un polvillo. Se acordaba muy bien de la primera vez que había besado a una chica y no quería volver a cometer el mismo error. No quería odiar el sexo.
Jokin deseaba ser un tipo solitario. No se relacionaba con mucha gente. Aun así, era consciente de que tarde o temprano iba a necesitar a alguien con quien compartir todo lo que tenía. Eso le exasperaba. No quería verse débil ante nadie ni perder el tiempo en estupideces. Las relaciones de pareja le repugnaban. Las veía mitificadas, vacías y sin ningún sentido. No entendía como la gente vendía sus sentimientos más íntimos a tan bajo precio. No quería regalar nada ni amar a alguien que luego pudiese odiar. Tampoco quería recordar esos momentos inolvidables que jamás iban a repetirse ni pensar en lo feliz que vivía aquel entonces y sentir un cosquilleo en el estómago mientras que la garganta se le sobrecogía y empezaba a dolerle y los ojos empezaban a pesarle más. No quería arriesgarse. Tenía pánico a sufrir y más por una cosa que despreciaba.
Jokin se acercó a Eva. Se dio cuenta de que la chica lloraba.
—Lo siento—, dijo. Sonaba sincero. Eva le miró.—No debía haberlo hecho.
—La que lo siente soy yo. Me he portado como una niña. Has hecho mucho por mí, sólo quería agradecértelo.
Eva puso cara de preocupada a la vez que intentaba sonreír a Jokin. Estaba desquiciada.
—Las cosas no se hacen para que te den las gracias, sino porque quieres. Si quieres ayudar, lo haces, si quieres aprovecharte de alguien no hace falta que le ayudes. Con que digas lo que quiere oír, basta.—Jokin se levantó.—Tienes que hablar con tu madre, ella es la única que te puede ayudar.
—No puedo.
—¿Por qué?
—Mi madre pasa de mí—, Eva bajó la cabeza, luego se incorporó.—Hace un tiempo que no sé mucho de ella. Creo que anda liado con alguno. Está muy sola, como yo.
—¿Tu madre? —Jokin estaba sorprendido—Pues no sé qué puedes hacer. ¿Por qué no hablas con el cura? Él puede ayudarte. Los párrocos siempre tienen consejos para todos.
—Me da miedo
—Entiendo, pero, ¿qué puede hacerte?—Jokin no sabía por dónde seguir.
—No sé, pero nada bueno viniendo de él.
—Entonces no tienes nada que perder. Además, intentará tapar que te ha embarazado. Es un hábito muy feo eso de ir embarazando feligreses. No es propio de curas.—dijo irónicamente. Jokin solía utilizar la ironía para ridiculizar.
—Pues iré. Gracias Jokin, de verdad. No sé cómo puedo agradecerte todo lo que haces por mí. Soy idiota, eres un chico muy bueno y...
—No hace falta que me lo agradezcas.—cortó Jokin.— No lo hago por quedar bien, sino por compasión y filantropía. Me das pena.—se sinceró.—No deseo esto a nadie—,añadió. No quería hundir a la chica en la miseria,—y menos a ti. Aunque creas que la gente como yo no tiene sentimientos, me caes bien. De verdad.
Jokin quedó satisfecho con lo hecho. Más solo que nunca, estaba orgulloso de su filosofía de vida. Había rechazado a una chica y se sentía fuerte. Aun así, en su pecho quedaba la duda de qué hubiera pasado si no se hubiera negado a los favores de Eva. Pensó que seguramente hubiera dejado la virginidad atrás y que ahora podía codearse con gente como Andoni, a los que odiaba profundamente. En parte quedó en pena, porque sabía que era una oportunidad única de ligar. Sabía que nunca lo iba a tener más fácil. Aunque no se quería aprovechar de la chica, eso jamás se lo perdonaría. A veces, esa manera de pensar tan noble le hacía sentirse idiota. Vivía en un mundo de rapaces donde cada cual devoraba a su vecino por un trozo de carne. No había camaradería, era una guerra sin cuartel. Odiaba a ese tipo de gente y su visión de la vida que consistía en pensar con los genitales y no ver más allá de su ombligo. Sabía que esa gente triunfaba con las mujeres, por eso no quería saber nada de ellas. Estaba resignado a su suerte, ser como él era difícil. Estaba triste, pero orgulloso. Esa chica merecía alguien que no le hiciera daño.
Jokin se levantó y tras despedirse de Eva, se fue. La chica quedó sola y desolada. Las últimas palabras del chico le habían hecho reflexionar hacia dónde estaba dirigiendo su vida. Se daba cuenta de que todo lo que hacía era para sentirse deseada. De repente, percibió un vacío enorme. Su imagen había sepultado a su carácter. Estaba arrepentida. Al mismo tiempo, sintió una atracción por Jokin. Era la primera persona que había sido sincera con ella. Nadie se había atrevido a decirle lo que pensaba sobre su persona. Todo eran halagos y piropos. Todos estaban interesados en su cuerpo, menos Jokin. Eso le atrajo aún más. Lo veía como un reto.
Eva empezó a pensar en Jokin. Eso le hacía olvidar sus penas. Aunque sabía que tarde o temprano debía afrontar sus problemas y hablar con Etxebarria. Así pasaron los días, distrayéndose en Jokin, hasta que llegó el sábado. Ese día había ensayo con el coro para preparar la misa del día siguiente.