viernes, 25 de abril de 2008

Las crónicas de Vista Alegre (VII)

—¡Ay Dios! ¿Qué he hecho? ¿Cómo voy a salvarme?—exclamó Eva. Se llevó las manos a la cabeza y la agachó.

—¿Dios?—preguntó Jokin. Salió de su reflexión, estaba sorprendido.—¿Has dicho Dios?

—Sí—, respondió Eva con firmeza—¿Acaso no crees en Dios?

—Yo creo en la libertad del Hombre—, aseveró Jokin.—Pienso que el humano vive ya muy determinado por su entorno como para condicionarse aún más con morales y leyes ajenas. Yo quiero pensar que soy dueño de mí mismo. No quiero creer que hay alguien que decide por mí y sentirme como una marioneta. Alguien que tiene fe no está seguro de sí mismo, ni siquiera es totalmente libre. Tiene la esperanza de que otra fuerza superior cuidará de él. Yo soy ateo porque creo en mí mismo y en mi libertad. No quiero que nadie decida por mí.

Eva estaba desesperada. En una de estas, se abalanzó sobre Jokin. Este la rechazó y la alejó de un empujón.

—¡No! ¡No pienso aprovecharme de ti!—gritó desconcertado.

Jokin sabía que se iba a arrepentir de lo que había hecho. Eva era una chica muy apetecible y no podía dejar pasar oportunidades como está. Era la primera vez que una chica se abalanzaba sobre él. A pesar de ello, estaba seguro de que algún día Eva se lo agradecería. A decir verdad, Jokin no sentía ninguna atracción sobre Eva. Él veía en la chica una mujer atractiva físicamente, nada más. La actitud de Eva, que intentaba atraer a los chicos, le repugnaba. Aun así, tenía simpatía por ella. Sabía que su candidez no había desaparecido, sino que se había camuflado detrás de los escotes y las insinuaciones. Por eso, decidió no aprovecharse de la chica. Además, no quería perder la virginidad en un polvillo. Se acordaba muy bien de la primera vez que había besado a una chica y no quería volver a cometer el mismo error. No quería odiar el sexo.

Jokin deseaba ser un tipo solitario. No se relacionaba con mucha gente. Aun así, era consciente de que tarde o temprano iba a necesitar a alguien con quien compartir todo lo que tenía. Eso le exasperaba. No quería verse débil ante nadie ni perder el tiempo en estupideces. Las relaciones de pareja le repugnaban. Las veía mitificadas, vacías y sin ningún sentido. No entendía como la gente vendía sus sentimientos más íntimos a tan bajo precio. No quería regalar nada ni amar a alguien que luego pudiese odiar. Tampoco quería recordar esos momentos inolvidables que jamás iban a repetirse ni pensar en lo feliz que vivía aquel entonces y sentir un cosquilleo en el estómago mientras que la garganta se le sobrecogía y empezaba a dolerle y los ojos empezaban a pesarle más. No quería arriesgarse. Tenía pánico a sufrir y más por una cosa que despreciaba.

Jokin se acercó a Eva. Se dio cuenta de que la chica lloraba.

—Lo siento—, dijo. Sonaba sincero. Eva le miró.—No debía haberlo hecho.

—La que lo siente soy yo. Me he portado como una niña. Has hecho mucho por mí, sólo quería agradecértelo.

Eva puso cara de preocupada a la vez que intentaba sonreír a Jokin. Estaba desquiciada.

—Las cosas no se hacen para que te den las gracias, sino porque quieres. Si quieres ayudar, lo haces, si quieres aprovecharte de alguien no hace falta que le ayudes. Con que digas lo que quiere oír, basta.—Jokin se levantó.—Tienes que hablar con tu madre, ella es la única que te puede ayudar.

—No puedo.

—¿Por qué?

—Mi madre pasa de mí—, Eva bajó la cabeza, luego se incorporó.—Hace un tiempo que no sé mucho de ella. Creo que anda liado con alguno. Está muy sola, como yo.

—¿Tu madre? —Jokin estaba sorprendido—Pues no sé qué puedes hacer. ¿Por qué no hablas con el cura? Él puede ayudarte. Los párrocos siempre tienen consejos para todos.

—Me da miedo

—Entiendo, pero, ¿qué puede hacerte?—Jokin no sabía por dónde seguir.

—No sé, pero nada bueno viniendo de él.

—Entonces no tienes nada que perder. Además, intentará tapar que te ha embarazado. Es un hábito muy feo eso de ir embarazando feligreses. No es propio de curas.—dijo irónicamente. Jokin solía utilizar la ironía para ridiculizar.

—Pues iré. Gracias Jokin, de verdad. No sé cómo puedo agradecerte todo lo que haces por mí. Soy idiota, eres un chico muy bueno y...

—No hace falta que me lo agradezcas.—cortó Jokin.— No lo hago por quedar bien, sino por compasión y filantropía. Me das pena.—se sinceró.—No deseo esto a nadie—,añadió. No quería hundir a la chica en la miseria,—y menos a ti. Aunque creas que la gente como yo no tiene sentimientos, me caes bien. De verdad.

Jokin quedó satisfecho con lo hecho. Más solo que nunca, estaba orgulloso de su filosofía de vida. Había rechazado a una chica y se sentía fuerte. Aun así, en su pecho quedaba la duda de qué hubiera pasado si no se hubiera negado a los favores de Eva. Pensó que seguramente hubiera dejado la virginidad atrás y que ahora podía codearse con gente como Andoni, a los que odiaba profundamente. En parte quedó en pena, porque sabía que era una oportunidad única de ligar. Sabía que nunca lo iba a tener más fácil. Aunque no se quería aprovechar de la chica, eso jamás se lo perdonaría. A veces, esa manera de pensar tan noble le hacía sentirse idiota. Vivía en un mundo de rapaces donde cada cual devoraba a su vecino por un trozo de carne. No había camaradería, era una guerra sin cuartel. Odiaba a ese tipo de gente y su visión de la vida que consistía en pensar con los genitales y no ver más allá de su ombligo. Sabía que esa gente triunfaba con las mujeres, por eso no quería saber nada de ellas. Estaba resignado a su suerte, ser como él era difícil. Estaba triste, pero orgulloso. Esa chica merecía alguien que no le hiciera daño.

Jokin se levantó y tras despedirse de Eva, se fue. La chica quedó sola y desolada. Las últimas palabras del chico le habían hecho reflexionar hacia dónde estaba dirigiendo su vida. Se daba cuenta de que todo lo que hacía era para sentirse deseada. De repente, percibió un vacío enorme. Su imagen había sepultado a su carácter. Estaba arrepentida. Al mismo tiempo, sintió una atracción por Jokin. Era la primera persona que había sido sincera con ella. Nadie se había atrevido a decirle lo que pensaba sobre su persona. Todo eran halagos y piropos. Todos estaban interesados en su cuerpo, menos Jokin. Eso le atrajo aún más. Lo veía como un reto.

Eva empezó a pensar en Jokin. Eso le hacía olvidar sus penas. Aunque sabía que tarde o temprano debía afrontar sus problemas y hablar con Etxebarria. Así pasaron los días, distrayéndose en Jokin, hasta que llegó el sábado. Ese día había ensayo con el coro para preparar la misa del día siguiente.

martes, 22 de abril de 2008

Las crónicas de Vista Alegre (VI)

—¿A dónde vas con tanta prisa?—preguntó sutilmente Jokin.

—Hola, ¿qué tal?—respondió Eva. Estaba sofocada y no sabía qué responder. Quería evitar el tema. Dudaba entre la verdad y esperar la respuesta del chico o mentir e irse llena de remordimientos. Le importaba mucho la opinión de Jokin, le apreciaba. Pensaba que era un chico sin tapujos que decía lo que realmente pensaba, alguien sincero.

—Voy a tirarme por un puente—articuló. Eva lo dejó caer de tal manera que hacía entender que era algo anodino.

—No lo hagas—le respondió secamente Jokin. Parecía inmutable, pero se notaba que estaba sorprendido y asustado.

—Lo haré

—¡No!

—¿Por qué?

—Porque no puedes... ¡No debes!—Así acabó la frase. Ambos se miraron y comprendieron que las palabras del uno no iban a hacer cambiar de opinión al otro. Aun así, Jokin intentó persuadir a Eva de que la muerte prematura no era la salida.

—¿Qué te pasa?—le preguntó. Le miraba a los ojos, como quien busca indagar en los sentimientos del otro y mostrar la sinceridad de su pregunta. Jokin no quería aparentar ser morboso, ni jugar a ser héroe.

—Muchas cosas, demasiadas—respondió tristemente. Una lágrima asomó por su mejilla. La cara se le deformó. No era más que la sombra de lo que había sido un instante antes. Su gesto perdió fuerza y se hundió. Pasó de parecer una chica guapa y alegre a ser una chica triste y sin vida.

Eva empezó a enumerar sus problemas. Habló de la nueva vida de su madre, habló de la presión del coro y del barrio. Mientras hablaba sobre su abandono y los insultos que recibía, Jokin añadió que no hiciera ni caso, que ellos no veían más allá de sus intereses, pero que si valía y le gustaba que siguiera. “Querer es poder” decía. Llegó el punto en el que Eva tenía que decidir si confesarle a alguien que estaba embarazada del cura. Dudó, en un segundo, y comenzó a hablar. Masculló algo y luego calló. Jokin, inteligentemente, le preguntó a ver qué había dicho. Sabía perfectamente que iba a confesarle algo inconfesable y estaba esperando a que lo soltase. No obstante, Eva se negó. Tras varios intentos, la chica accedió y contó lo sucedido. Entre balbuceos y temblores, Eva contó qué había pasado con el cura. Narró desde la primera relación hasta la última y el resultado del análisis sin decir que volvía adonde el cura por voluntad propia, en busca de protección. Jokin quedó alucinado. Nunca imaginó que esas historias de pederastia y abusos sexuales de los párrocos a sus feligreses fueran tan cercanas. Se sentía furioso. El color de su cara cambió, se puso rojo y cerró los puños. Tuvo una idea. Pensó en denunciarlo, hablar con alguien. ¿Con quién? Nadie le iba a escuchar, nadie le iba a tomar en serio, y pero aún, todos iban a acusar a Eva de zorrerío. Todo el barrio estaba al servicio del cura, y un desliz como ese acabaría como muchos otros. Su primera solución se esfumó tan rápido como llegó. Nunca había odiado tanto a la Iglesia como en aquel momento. Le daba vergüenza que prostituyesen de esa manera la buena fe de muchos católicos que no estaban de acuerdo con la tropelía que cometía la parte más alta de su jerarquía. Además, se sentía impotente ya que sabía que los poderosos tenían el derecho de hacer lo que quisieran sin pagar castigos.

—¿Qué vas a hacer?—preguntó Jokin. Parecía preocupado. No le gustaba la idea de que Eva se suicidase. Además, se sentiría responsable de su muerte. Era la única persona que podía evitar su muerte, ya que el puente estaba cerca.

—No lo sé, supongo que tirarme. No quiero parecer una cobarde.

—¿Cobarde? ¿Estás loca?— Jokin subía el tono, parecía desconcertado.

—Sí. Además, ¿qué hacer? ¿Quién me va a escuchar? ¿Creer? ¿Quién criará a mi hijo?

Jokin no sabía qué responder. Todas sus ideas y teorías se habían esfumado. Por primera vez, tenía la oportunidad de enfrentarse a la realidad que había leído en los libros. Se sentía perdido, sin respuesta. La realidad era mucho más dura de lo que pensaba.

—Críalo tú—farfulló. No sabía qué decir y eso fue lo primero que se le ocurrió.

—¿Cómo?

—No sé, la verdad... No sé qué decir... —admitió cabizbajo. Estaba perdido.—¿Has hablado con tu madre?

—No, hace un tiempo que estoy aislada en casa. Mi madre está ausente y mis hermanos son muy pequeños. No sabes lo sola que estoy...

De repente, empezó a llorar. Se tapó la cara con las manos e intentó esconder el rostro. Jokin estaba desconcertado. Aun así, sabía que esta la oportunidad de ayudar realmente a alguien, de hacer una buena acción.

—No te preocupes, todo se arreglará—soltó él.—Matarte no es la solución, más bien, es huir. Si no te enfrentas a tus problemas nunca los solucionarás.—Eva lloró con más fuerza—No llores—prosiguió—Llorar no lleva a nada, hay que ser fuerte. No podemos dejarnos llevar por los sentimientos tan fácilmente. Hay que pensar con la cabeza antes de hacer las cosas. Ahora, ya está tarde. Dime Eva, ¿quieres matar a tu hijo? Es más, ¿quieres acabar con tu vida y la de tu hijo y la de tus futuros hijos? ¿Vas a perderte lo que queda de vida? ¿No vas a luchar? ¿Vas a dejar que todo siga igual, para siempre?

—¿Qué quieres que haga?—gritó furiosa. Las palabras de Jokin le habían dolido en el alma. Se sentía culpable de sus acciones y no tenía ganas de vivir.—Ahora sí que tengo ganas de tirarme, quiero acabar con todo. Para siempre.

Eva cayó en los brazos de Jokin como un peso muerto. No tenía ganas de nada. Era muy débil para tenerse en pie. Jokin, le agarró y la intentó levantar. Era imposible. Intentó consolarle, pero no había manera. Había tocado su fibra sensible, le había hecho recordar lo desgraciada que era pero reflexionando.

—Vámonos a casa—le propuso Jokin. Así, fueron los dos a casa de Eva.

lunes, 21 de abril de 2008

Las crónicas de Vista Alegre (V)

Eva caminaba por la calle en dirección a su fin. En una esquina, recibió una visita inesperada. Se cruzó con Jokin, un chico de su clase. Era un chico raro, abstraído en sí mismo y lacónico. No le interesaba llevarse con mucha gente y sabía escoger las compañías. Eva era una de ellas. Identificaba con ella la virginidad y la candidez afable que debía tener la mujer. Aun así, era misógino convencido. Veía en las mujeres el peor de los pecados. El amor y el sexo eran debilidades para él, ya que en el humano debía gobernar la razón. ¿Para qué enamorarse y dar todo a cambio de nada? ¿Para qué regalar algo para no recibir nada? Luchaba contra toda debilidad atacando las de los demás y haciendo de su inferioridad su fuerza. A veces, se veía como esa torre que aguanta la tempestad. Era sensible, pero había sabido tejer una armadura fuerte y segura que sólo abría con muy poca gente. Por eso, la gente le veía como alguien frío y calculador, un misántropo. No era así, era un chico como todos los demás, o quizás mejor que los demás. Su capacidad de sufrimiento le hacía especial y su visión real del mundo hacía que jamás se llevase ninguna gran decepción. Era, quizás, demasiado amargo para la edad que tenía, pero su vida interior no era fácil. Vivía en una lucha interna. Como buen existencialista, pensaba que la vida era un fracaso. “De derrota en derrota hasta la derrota final” solía decir jocosamente. La libertad era su sino, y vivir solo su objetivo. Quería abastecerse de su propia existencia para llenar los vacíos que surgían entorno a ella.

Su ateísmo era algo importante en su personalidad. El depender únicamente de él, le hacía sentirse útil a la vez que vacío. “Es difícil vivir momentos duros sin poder recurrir a un dios” pensaba cuando pasaba un mal momento. Eso le amargaba. Cada vuelta que daba a su cabeza, era un paso más que se alejaba de la felicidad. Pensaba que ser feliz era ser inconsciente y por eso descartaba que él pudiera serlo. Aun así, quería serlo. Jokin odiaba todo lo que le rodeaba. Veía hipócrita la sociedad piramidal del barrio, donde unos mandaban y otros admiraban, aunque teóricamente eran todos iguales. Comprendía, en parte, que nada avanzase. Los de arriba eran educados para seguir comandando, mientras a los de abajo se les educaba para vivir aplastados. La educación era la barrera que impedía un cambio social. Eran mentalidades distintas, los unos: los ganadores sin méritos y los otros: los perdedores por demérito. Aunque lo que más le molestaba no era ese determinismo social, si no que la clase baja imitase a la alta. Había una tendencia al mimetismo que casi llegaba a lo ridículo. Normalmente, solían imitar a la clase dirigente del barrio. Les copiaban los gestos, las expresiones y las formas de vestir. Eso les hacía mucho más ridículos de lo que sus miserables vidas les hacía. El sueño de cualquier joven de clase baja era convertirse en uno de ellos. No querían cambiar, no había una conciencia de clase. Esa injusticia le carcomía. Se sentía impotente y culpable. Jokin pertenecía a una familia pequeño- burguesa. Su padre era un médico ilustrado, el Sr. Ituarte y su madre era bibliotecaria. De ellos había aprendido el amor a las letras y al pensamiento universal, pero no el compromiso activo con lo que defendía.

domingo, 20 de abril de 2008

Otra locura más

Después de dos atentados esta semana contra sedes del PSE, creo que ya es hora de enunciarlo otra vez más: están locos. ¿A dónde quieren llegar? Hablan de konponbide demokratikoak (soluciones democráticas) mientras ponen una bomba al partido que ha ganado las últimas elecciones en Euskadi Sur. Luego, quieren que se les respete, mientras van de bomba en bomba, de agresión en agresión, sin que la izquierda abertzale rechace tales ataques. Condenar no sirve, es una palabra como rechazar, pero como dijo ayer Javier Ortiz en Público; suena a broma cuando ellos condenan tantas y tantas cosas. Al hilo de las condenas, me hace gracia, por no decir que me pone de muy mal café; cuando dan lecciones de democracia, respeto a los demás y pidiendo esos derechos. Es hipócrita pedir derechos cuando no cumples obligaciones.

E.T.A. “va a zumbar” como dijo Erkoreka. Lo está haciendo porque su entorno lo permite. La gente de su alrededor, muchas sin una cultura muy amplia, alientan a los pistoleros y dinamiteros hasta la extenuación o simplemente callan ante las tropelías que cometen. Esa gente sigue lemas sin pararse a pensar que su vecino puede ser el siguiente. Hay que buscar una manera de integrarles en la sociedad y así desintegrarles socialmente. Cuanto más se cierre ese mundo, más bombas pondrán. Su marginalidad les hace más fuerte y no hay más que ver los pueblos donde gobiernan que están llenos de pintadas y carteles amenazantes contra cualquier “disidente”.

martes, 15 de abril de 2008

Las crónicas de Vista Alegre (IV)

Eva se sentía desengañada, sola y abandonada. En casa, nadie le hacía caso. Su madre seguía integrándose en la alta sociedad del barrio. Ahora, en vez de preocuparse de sus hijos, iba de fiesta en fiesta bebiendo cócteles y tonteando con todos los hombres que podía. El abandono al que le tenía sometido el padre de Eva, que era marino mercante, le hacía sentirse inválida y olvidada. Por eso, buscaba las más bajas pasiones de los hombres para sentirse apreciada y atractiva. El sexo era una vía de escape a sus problemas de confianza. Siempre se había visto fea hasta que se casó. Luego, el duro trabajo de su marido le hizo volver a caer en la certeza de que era horrenda y por eso, su marido huía de ella. Aun así, se dedicó a sus hijos, con la idea de que ellos llenarían ese vacío existencial, pero no fue suficiente. Cuanto más mayores eran sus hijos, su obsesión crecía. Se sentía de nuevo abandonada y sin valor ninguno. Otra vez más, en vez de enfrentarse al problema, huía. En esta ocasión, se había convertido en la imagen de mujer buscona y se maquillaba hasta desaparecer ante el espejo, al que tenía pánico. Sus modelos eran de los que no dejaban mucho a la imaginación. Intentaba dar la imagen de mujer fina pero ‘fatale’ al mismo tiempo y para exagerarlo, fumaba cigarrillos sin saber que el tabaco volvía su aliento corrosivo a cualquier paladar que nunca lo había probado. Era otra victima más de una sociedad donde primaba la imagen.

El padre de Eva era marinero y vivía permanentemente en la mar. Ella apenas sabía de su padre, sólo por las historias de novios que contaba su madre. La mujer sonreía amargamente ya que sabía que esos momentos que le habían hecho tan feliz no se repetirían jamás. Esos abrazos, esos ‘te quiero’, esos besos eran pasado y el futuro era mucho más sombrío de lo que hubiera pensado en aquel instante. Su matrimonio había servido para ahondar en su pena y contagiársela a sus hijos. Ellos, salvo Eva, eran muy pequeños para comprender esas tragedias. Por eso, la mayor, se sentía tan sola en aquellos instantes. Débil como su madre, sabía que ella era bella y tenía pánico de caer en las garras de alguien le hiciese daño. Evitaba caer enamorada de nadie y vivía en su propia burbuja sentimental. Aun así, su buena fe sobre la humanidad le hacía sufrir aún más. Todos los novios que había tenido le habían abandonado tras hacer mucho daño. Sólo la querían en cuerpo y no en alma; no les interesaba lo que Eva pensaba. La superficialidad con la que había sido tratada le hizo creer que sólo servía su físico y no su cerebro. Así, sus mayores preocupaciones empezaron a ser su imagen y su atracción hacia los hombres. Intentaba seducir a toda costa, aun sin querer nada, a los chicos del barrio. Daba la imagen de mujer fácil pero se sentía útil. Su candidez había desaparecido, pero su ingenuidad no, y seguía siendo engañada.

Utilizaban madre e hija sus “armas de mujer” para olvidar los vacíos en su alma. No obstante, Eva era consciente de que era muy manipulable. Al contrario que su madre, ella sabía que los hombres se iban a aprovechar de ella y lo aceptaba. Se resignó a ser una preciosa muñeca en manos de impúdicos hombres que la utilizarían según su libre albedrío. Así, aceptaba la cruel realidad que le imponía su languidez emocional; necesitaba a alguien al lado todo el rato. Ambas habían dejado sus gestos amables y su afabilidad y habían adoptado actitudes impulsivas y provocativas con el único objetivo de sentirse deseadas.

Por su parte, Aita Etxebarria seguía intentando mediar en el conflicto entre los Gortazar y Eva. El Padre, con dinero de los feligreses, pagó la “paz social” del barrio. Organizó una comida a favor de los niños pobres del barrio y desvió el dinero recaudado a casa de los Gortazar. Y aunque todo el mundo lo supo, consiguió apaciguar los ánimos en su parroquia. Al mismo tiempo, el cura seguía manteniendo contactos sexuales con Eva. Por primera vez en su vida, Aita Etxebarria se veía atractivo ante las mujeres. Al principio, pensaba que la niña callaría y jamás volvería a la parroquia, pero luego se dio cuenta de que cada vez tenía más influencia en la joven.

Los días seguían su curso natural y nada cambiaba en el barrio. Ahora todo estaba más calmado pero los odios seguían en silencio. Los gritos e insultos se habían convertido en cuchicheos y miradas. Eva era consciente de que todo el barrio sabía que se acostaba con el cura y le daba igual. Pensaba que así, con la protección del cura, le respetarían y no le insultarían por la calle. Por otro lado, su madre seguía de mal en peor. No era raro verle en casa con hombres haciendo el amor mientras sus hijos comían, ni tampoco que estos no comiesen porque su madre no aparecía por casa. Al final, Eva se tuvo que encargar de sus hermanos. Ella les hacía la comida y les atendía. Pasaban los días y Eva se sentía cada vez más fatigada. Además, tenía mareos al levantarse y nauseas al comer. La joven lo achacó a su nueva labor en casa que le dejaba exhausta; tenía que estudiar y ocuparse de sus hermanos. Sólo se empezó a preocupar cuando vio que la menstruación tardaba en llegar. Para asegurase, fue a la farmacia, adonde el Señor Oroquieta y le pidió una prueba de embarazo. Inmediatamente supo que estaba embarazada. Al principio, sintió alegría inmensa porque iba a tener un hijo, pero instantáneamente sintió un tremendo pánico que se convirtió en angustia. Le temblaba todo el cuerpo. Eva no sabía qué hacer, a quién acudir ni con quién hablar. Pensó en abortar, pero sabía que iba a ser aún peor vista e ir al infiero, pensó en hablar con su madre, pero sabía que esta le iba a echar la bronca o pasar de ella, pensó en ir adonde Etxebarria, pero sabía que este le iba a abandonar y amenazar. Estaba en un callejón sin salida, además ya nunca más sería atractiva. Eso le entristeció todavía más. Así que pensó en suicidarse. Creía que la muerte era el final trágico a su adversa suerte. Además, lo magnífico de la acción le iba a convertir en mártir en vez de en mujer ‘buscona’. La gente era muy sensible a estas cosas que servían como redentoras de una vida errónea. Al igual que su madre, iba a huir de sus problemas, sólo que esta vez no había vuelta atrás. Para no llamar la atención, Eva decidió tirarse por el puente más cercano. Pensaba que así nadie se daría cuenta de su estado, ya que estampada contra el suelo no se notaría su embarazo. Así, cogió el bolso, se despidió de sus hermanos y se fue al puente.

Caminaba sin parar de dar vueltas a lo que iba a hacer. Estaba indecisa, aunque no era consciente de que su decisión no tenía vuelta atrás. No quería dar la imagen de muerta por parto, una causa ordinaria; si no por desamor. Quería morir de forma romántica, como lo hicieron los amantes de Teruel o Julieta y tener un funeral lleno de lloros y lamentos: “¿cómo no nos dimos cuenta de lo que valía?”, “¿cómo la dejamos morir así”, “¿en qué fallamos?” repetía en su cabeza. Pensó en una coartada, dejar un nombre escrito, unas siglas con las que compartir su dolor y así hacerlo universal. Quería ser mito y dejar huella en la historia; ser aquella que nunca jamás pudo ser. Quería quedar como aquella que amó y no fue correspondida, o mejor, como aquella que amó y no pudo amar porque la sociedad lo impidió. Quiso engañarse a sí misma justificando estas quimeras y convenciéndose de que era cierta su historia de desamor, sin pensar en el dolor que podía causar a quien de verdad le quería. Así de preocupada se acercaba a su destino final.

jueves, 10 de abril de 2008

Crónicas de Vista Alegre (III)

[...]El cura le invitó a charlar el sábado antes del ensayo. Habían quedado a las 6 en la sacristía. La madre de Eva preparó a su hija a conciencia, quería dar una buena impresión ante el párroco y vistió a Eva con sus mejores galas. La joven estaba radiante: iba con un vestido blanco de flores, bien peinada y con un poco de colorete en la cara que resaltaba su cándida sonrisa. En la cabeza, llevaba un lazo rojo que le da un toque virginal. Así de arreglada, salió de casa dirección a la parroquia. En la puerta esperaba Etxebarria con su aire desdeñoso, enfrascado en su mundo.

—Hola Eva—saludó Etxebarria con efusividad.

—Hola Padre—respondió educadamente la chiquilla.

—¿Entramos?—invitó él y entraron a la Iglesia. Se dirigieron hacia la sacristía que estaba a la derecha del altar. Era una sala pequeña y austera, con muchos libros, una mesa, varias vírgenes, un Cristo y poco más. La habitación estaba limpia, pero se notaba que no muy ventilada porque el aire de la sala estaba muy cargado. Etxebarria cerró la puerta y abrió la ventana e instó a Eva a sentarse a su lado. Luego, se acercó a ella.

—¿Qué te pasa?—preguntó el cura mientras puso una mano en su pierna. Eva se sonrojó, no esperaba esa reacción.

—Nada—respondió instintivamente. Tenía miedo de decirle que quería dejar el coro y enervarle.

—¿Entonces por qué lloras?—El cura sabía que no iba a ser fácil saber que le turbaba. Aun así, sabía por dónde iban los tiros. Como buen pastor, conocía bien a su rebaño y no era ajeno a la presión creada en torno a la chica.—¿Es por qué te insultan en la calle?—Eva evitó la mirada del cura, pero hizo ademán de asentir. —No pasa nada—,prosiguió,—yo te protejo.— Se acercó a la chica y empezó a acariciarle la cara con la otra mano mientras le abrazaba. Eva se puso nerviosa y se encogió.—¿Estás incómoda?—le preguntó mientras le comenzaba a besar en el cuello. Eva intentó rehuirle, en un primer momento, pero vio que estaba atrapada y se sometió. Así, poco a poco, el Padre fue desabrochando el vestido y besando su cuerpo impoluto. Eva se iba poniendo cada vez más nerviosa, quería salir de aquel lugar, pero sentía placer. Tenía una sensación de angustia que le oprimía en el pecho, pero no quería parar. Sentía curiosidad por el sexo y veía esta la oportunidad de perder la virginidad, la habilidad del cura con las manos le atraía. Entonces, decidida, besó con pasión al cura. Sorprendido, dio un paso atrás, miró a Eva y se quitó la sotana que dejó tirada en la mesa. Luego, se bajó los calzoncillos e hizo gestos a Eva para que se acercase. Ella obedeció y comenzó a hacerle una felación. El cura se estremecía de gusto, mientras que la chica saboreaba su miembro. De repente, Eva sacó el pene de la boca, se volvió a un lado y comenzó a vomitar. Dejó perdido el suelo. El cura, que tenía la cara barnizada de vicio, comenzó a masajearle los pechos y quitarle la poca ropa que le quedaba. Luego, la subió a la mesa y comenzó a penetrarle con empeño, lleno de lujuria y excitación. Eva miraba a la pared, gimiendo, y las primeras lágrimas empezaron a brotar de sus ojos. Se dio cuenta de lo que estaba ocurriendo y comenzó a llorar en silencio mientras el cura gozaba. Estaba arrepentida. En una de esas penetraciones sintió un empujón especialmente fuerte y un prolongado gemido; había acabado. El cura se limpió y, tras darle un beso en la mejilla, se puso la sotana. Luego se fue a lavar las manos y explicó a Eva que tenía que preparar la siguiente misa. La chica, al ver que el cura quería que se fuera, se puso la ropa y se fue sin decir nada. Al salir de la Iglesia, comenzó a llorar desconsoladamente. Se sentía utilizada, que había abusado de ella. Al mismo tiempo, sabía que no podía decir nada. Todo lo que contase iba a ir en su contra. Le iban a llamar de todo en el barrio.

Aquella vez no fue aislada. Eva se sentía extrañamente unida al anciano cura; estaba siendo violada pero sabía que debía seguir yendo. Era una chica débil. Cada día que iba, volvía más triste a casa. Nadie lo notó. Los progresos sociales de su familia hicieron que su madre olvidase prácticamente a su hija. Sólo la utilizaba para presentarse en sociedad. Así, hizo nuevas amigas. Estas eran las típicas ‘mujeres fatales’. Promiscuas por naturaleza, su mayor deseo era ser una viuda rica. Atractivas y cínicas, sabían que por medio de su belleza podían conseguir lo que quisieran y lo aprovechaban para subir socialmente. En el barrio, andaban con lo más selecto. Ahora la madre de Eva era una de ellas. Como carta de presentación, se acostó con el vecino de abajo. Andoni, como se llamaba, era alto, delgado, moreno y atractivo. Era una de esas personas inteligentes y sin principios que triunfaban en la vida. Narcisista, su mayor sueño era ser eternamente joven. Pensaba únicamente en salir de fiesta. Superficial e interesado, no tenía escrúpulos con los demás. Hábil con las mujeres, rehuía el compromiso. Cumplía perfectamente la definición de mujeriego. Seductor, tenía una poderosa labia que le ayudaba en sus valiosas conquistas. Vanidoso, buscaba la mínima oportunidad para contar sus heroicas hazañas de alcoba y así enfatizar su imponente virilidad. Además, se jactaba de sus pretendientes desechadas humillándolas. Muchos jóvenes del barrio le admiraban y veían en su fanfarrona actitud un ejemplo a seguir.

Los días seguían pensando y todo seguía igual. Eva iba de mal en peor y su madre de cama en cama.

miércoles, 2 de abril de 2008

Vida tras el noticiario

Tras leer el último comunicado de E.T.A. me siento indignado. No puedo creer que tras el último asesinato, sigan en las mismas. ¿No se dan cuenta de que estamos hartos? Lees un comunicado y es igual que el anterior. Critican lo que no comparten y amenazan a todo el mundo. En vez de construir, van a destruir. Además, todo lo que no concuerda con su forma de ver Euskadi, va contra “la voluntad del pueblo vasco” y “perpetúa el conflicto vasco”. Primero, el pueblo vasco vota mayoritariamente a partidos españolistas o francesistas, segundo, el conflicto vasco existe antes de E.T.A. y existirá después. Mentira tras mentira, viven en una realidad donde ellos son todo. Así, pretenden imponer un estado socialista, modelo que ha fracasado estrepitosamente donde ha sido impuesto. El sistema comunista es tan retrogrado como el fascista. La falta de libertades es visible a los ojos de todos, y ejemplos como Cuba o China son los más celebres. De la misma manera, el sistema económico de los países comunistas naufragó como pasó en los países del Telón de Acero. Además, la falta de derechos es cosa del pasado, si queremos mirar al futuro hay que pensar en todos, en global.

Todas las ideas tienen su sitio. Las ilegalizaciones de partidos son contraproducentes y antidemocráticas. Con estas medidas se consigue aislar a un mundo concreto además de convertirlas en víctimas. Asimismo, recaban más apoyos a su causa. Eso es lo que ha ocurrido en Euskadi desde que se ilegalizó Batasuna. Esta formación, tras la ruptura de la anterior tregua, estaba herida de muerte. Venía de un batacazo electoral y parecía que se iba a dar otro cuando el PP le lanzó un balón de oxígeno (que no fue el único). Así, poco a poco han ido recuperando su espacio en la política vasca (siempre inflado por ciertos medios). En las últimas elecciones, ANV consiguió presentarse en algunos pueblos. Uno de ellos era Arrasate- Mondragón, donde vencieron y tras alcanzar un acuerdo con EB- Zutik se hicieron con la alcaldía. Hubo un candidato del PSE, que no salió y que hace poco mataron. Los asesinos fueron los de casi siempre; E.T.A.. Todo el pueblo se estremeció y todos los partidos salvo los de siempre (ANV), rechazaron la acción armada. La alcaldesa fue incapaz de rechazar el asesinato de un vecino al que representaba. Una alcaldesa debe representar a todos los vecinos del municipio. Por eso, el PSE propuso una moción de censura. Aralar, desde un principio, se ha opuesto y el PNV, sorprendentemente, también. Egibar, presidente del Gipuzku Buru Batzar, rechaza la medida porque “no conduce a caminos de normalización”. ¿Qué clase de broma es esta? ¿Qué clase de normalización quiere con alguien que sabotea todo lo que no comparte y amenaza al diferente? El señor Egibar se sale otra vez del tiesto. Parece que ha olvidado que a Félix Aranbarri, presidente de la gestora impuesta en Ondarroa, le han quemado el coche y que muchos batzokis han sido atacados.

Yo no creo que esta decisión de Egibar sea cobarde, más bien, está enmarcada en su lucha por presidir el PNV. Joseba Egibar siempre ha querido acercarse a los partidos más abertzales, lo cual es lógico, para arañar votos internos y externos. Es obvio que quienes queremos una Euskadi independiente, deseemos la unión de los partidos nacionalistas vascos, pero no se puede ignorar que una parte de ellos amenaza y coacciona a los demás. Además, hay que tener en mente que una gran parte de la sociedad vasca vive cómoda en España y Francia y respetarla ante todo. La vida va antes de la ideología, a veces parece tan claro que algunos lo olvidan.

martes, 1 de abril de 2008

Crónicas de Vista Alegre (II)

El tiempo pasaba, inexorable, y el primer ensayo se acercaba. Eva se iba poniendo nerviosa mientras que su madre cada día se sentía más orgullosa de ella. Pensaba que ahora que su hija estaba en el coro de la Iglesia, ella podía andar orgullosa por el barrio. Y es que la madre de Eva no era una mujer al uso. Mujer clásica, adoraba a los notables del barrio y se sentía acomplejada por no pertenecer a ese selecto grupo. De rostro sonriente y gesto amable, tenía como ambición ascender socialmente y veía en su hija la oportunidad de convertirse en una señora adinerada y admirada por su estilo y su familia. En el fondo, deseaba ser vanidosa y sentirse superior a los demás para poder, así, dejar a un lado todos sus complejos. Y así, llegó el primer ensayo del coro. Eva era un chica tímida. Vestida con un precioso vestido rojo, se presentó, llena de nervios, en la Iglesia. Para sorpresa mayor, con un chorro de voz imponente a la vez que dulce, cantó con destreza y destacó sobre los demás. Eva demostró que tenía aptitudes para la música. En poco tiempo, ascendió hasta ser la primera voz del coro. Eso provocó muchas envidias. El Aita Etxebarria, director de la coral, tuvo que aguantar muchas presiones por parte de las familias notables del barrio. Los Areilza, los más notables, amenazaron con dejar de ir a misa si no era una de sus nietas quién llevaba la voz cantante en el coro. La familia de Eva, que empezó a integrarse en la elite del barrio, sufrió vejaciones. Les reprochaban que se les había subido el éxito en la cabeza y que, a pesar de que su hija estuviera en el coro de la Iglesia, nunca llegarían a ser como ellos. Así, la madre de Eva, cayó en una depresión. De pronto, todos sus sueños de grandeza se habían derrumbado. Pero quién peor lo pasó fue Eva. Amelia, hija de Areilza, la hizo la vida imposible desde el primer día. Era una niña muy guapa de cara sonrojada con pinta de “niña buena”, pero petulante y vanidosa de carácter. Amable con quien quería, aprovechaba su superioridad social para martirizar a quien creía inferior. Al igual que su padre, creía en la sangre ante todo. En casa había aprendido a defender el determinismo social y su inmovilidad, eso es que quién nacía pobre moría pobre y quién nacía dichoso, moriría igual. Se veía como una princesa de cuento en busca de su príncipe azul. Así, su única meta en la vida era casarse con algún noble adinerado y vivir en su fastuosa casa rodeada de una muchedumbre de sirvientes que la hiciesen todas las tareas del hogar mientras ella se peinaba y se contemplaba en el espejo. Así que no era raro que Eva acabase los ensayos entre sollozos. Cada prueba se convertía en un aluvión de insultos y reproches. Amelia la echaba en cara su orígenes humildes. Así, solía decir que Eva nunca llegaría ser una señorita como ella, si no que en cuanto su voz se estropease, iba a acabar siendo su sirvienta. Frases como “acabarás limpiando la mierda de mi casa” o “acabarás cantando nanas a mis hijos” eran casi naturales a cada ensayo del coro. Pero Eva resistía. Sabía que de su éxito en el coro dependía el estado de ánimo de su madre. Además, cuanto más le insultaban, mejor cantaba. Poco a poco, se convirtió en la “protegida” de Etxebarria. Él reprobaba a Amelia quién le desafiaba constantemente. Aun así, cada día era más insostenible la situación de Eva ya que los insultos eran constantes. No sólo era reprendida en los ensayos, si no también en las misas donde la familia Areilza la miraba con malas caras y mascullaban insultos. Eso sí, con una sonrisa de oreja a oreja en la cara. En la calle, la gente miraba mal a Eva. La presión era cada vez mayor y todo reventó cuando Eva hizo un “gallo” mientras cantaba. Era en el Ángelus. La iglesia empezó a reír y Eva salió corriendo. En la calle, se sentó en un banco próximo. Pronto, se acercó su madre a consolarla.

—¿Estás bien, hija? — le preguntó su madre preocupada ante lo acontecido. Era de esas típicas preguntas estúpidas, hechas para romper el silencio, que irritan a cualquiera.

No — respondió, evidentemente, Eva.

¿Qué te pasa? —volvió a preguntar su madre mientras se acercaba a su hija.

No quiero cantar,— respondió al instante— no quiero saber nada más del coro.

Pero, ¿por qué? ¿Por qué no quieres seguir? — reiteró su madre frunciendo el ceño. Parecía preocupada, sorprendida y asustada al mismo tiempo.—¿Acaso no te gusta cantar?

Cantar sí me gusta —respondió firmemente Eva— lo que no me gusta es el coro. Ahí no canta quien quiere, si no quien paga.

No digas tonterías, nosotros no hemos pagado para que cantes — aseveró su madre. Estaba exaltada por las palabras de su hija, era la primera vez que la oía quejarse abiertamente del coro. Ella no quería que lo dejase. Pensaba más en sí misma que en su hija. No comprendía la presión a la que estaba sometida su hija y sólo quería verla entre los notables del barrio y así, hacerse un hueco junto a ella.

Ya, ¿y qué? ¿Qué mérito tiene? ¿Acaso cantar en esta coral lo tiene? Aquí canta quien Etxebarria quiera. Muchos que merecen cantar no lo están porque sus familias no han pagado diezmos o no tragan con sus sermones. Hay un proselitismo claro en esta parroquia — Su madre se quedó boquiabierta, no esperaba oír estas palabras de la boca de su hija. Ese vocabulario tan culto no era propio de ella.—No quiero volver a esta parroquia tan sectaria.

¿De dónde has sacado esas ideas y esas palabrotas? — preguntó enojada.

De los libros, sé leer, ¿sabes?.— dijo irónicamente. Cada palabra dejaba más sorprendida a su madre que veía como su hija se había convertido en una mujer independiente y le levantaba la voz. Con una mezcla de resignación, miedo y soberbia le pegó un bofetón y le mandó callar —Tú cantarás y harás lo que yo te diga— Eva se puso a llorar y se marchó desolada. No estaba orgullosa de su desaire, pero no tenía ganas de seguir discutiendo con su madre. Era la primera vez que le había contradicho y contesta de esa manera. Su simpatía por la música estaba agotándose y lo poco que le quedaba se lo había llevado su madre con aquel bofetón. A pesar de ello, Eva no quería decepcionarla de ninguna manera y pensaba continuar en el coro. En el fondo, se sentía débil y perdidad, era la primera vez que decidía algo de tal calada por sí misma. Además, tenía miedo a las represalias de su madre. Sabía que era una mujer muy débil y vulnerable con los demás, además de caprichosa, pero que con los de casa era todo lo contrario; era mandona, severa y rencorosa. Además, tenía pánico de tirar su aspiraciones por tierra. Pensaba que una hija en el coro era el billete hacia su sueño dorado; ser una notable del barrio. Tenía el futuro de su hija planificado en su mente. Daba por hecho que Eva se casaría con algún adinerado y bien posicionado hombre que les llevaría a su palacete y así poder estar a la altura de los Areilza. Eso sí, prefería a banqueros, jueces o políticos, a los que veía como hombres serios y de bien; antes que a artistas. No se fiaba de ellos, los veía como si fueran unos locos, narcisistas y excéntricos que sólo buscan llamar la atención. Así se pasaba el día su madre, divagando sobre el futuro de su hija, que era el que ella hubiera deseado tener. De mientras, Eva, se volvía cada vez más taciturna y retraída. Pocas veces hablaba en casa y menos en la iglesia. No salía apenas de su cuarto, justo para comer e ir a la escuela.

Los días pasaron sin que la situación cambiase, Eva iba al coro desganada y volvía a casa amargada. Aita Etxebarria se dio cuenta de ello y decidió tomar cartas en el asunto...