Hacía mucho que no tenía noticias de Martín. Lo último que supe es que estaba aún anclado en dolores del pasado. Me lo dijo y yo lo escribí, porque sabía que Martín me lo agradecería tarde o temprano. Ha pasado un año y me ha vuelto a hacer una confesión y yo -- que antes me dedicaba al periodismo -- tengo que dar parte de ella porque, como bien sabe él, hay a gente a la que le importa qué le sucede a Martín.
Sorprendentemente, esta última confesión me la hizo con una sonrisa. No era una de esas sonrisas irónicas que tratan de esconder un dolor profundo; sino una sonrisa de alguien que ha encontrado un momento de felicidad, de una persona que ha liberado toda su rabia. Me dijo "tenía un amigo enfermo y hoy lo he visto recuperado. Estaba como antes: había vuelto. Es la primera vez que lloro de alegría". No podía caber en mi gozo, ya que normalmente las confesiones de Martín suelen ser tristes. Nunca le había visto contar a alguien que estaba feliz. Me equivoqué cuando pensaba que los amigos solo se cuentan los malos tragos y que los buenos se disfrutaban sin pensar.
Es verdad que luego me contó algo de una chica, que si había conocido a alguien que le atraía, pero que no les iba bien. Algo así me dijo. La verdad es que no le hice mucho caso. Pensaréis que soy un insensible o un mal amigo, pero la sonrisa de Martín, una de esas que va de oreja a oreja, me transmitía que esa chica era algo secundario comparado con su recuperado amigo. Quizás me equivoque, pero creo que les irá bien o, por lo menos, Martín sabrá que no sufrirá tanto porque tiene una alegría tan inmensa que no le cabe en el pecho. Te lo mereces Martín.
Hasta la siguiente, amigo.
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crónica...
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