martes, 25 de marzo de 2008

Crónicas de Vista Alegre (I)

Como cada domingo, Eva iba a misa a redimir sus pecados. Como buena cristiana, católica, apostólica y romana iba puntualmente al confesionario. Allí, contaba al cura lo malo que había sido esa semana y volvía con la conciencia tranquila tras ser perdonada. Era algo automático; antes de ir al confesionario se sentía mal consigo misma y después estaba aliviada. Eva no era una mala chica. Era cándida e ingenua y como todas las niñas de su edad se preocupaba por las notas, salir a dar una vuelta y los chicos. En casa, solía ayudar a sus padres y era buena con sus hermanos pequeños a los que cuidaba cada vez que sus padres no podían. No era extraño que algún sábado que otro se quedase en casa en vez de salir.

Este domingo era diferente; era el domingo de Resurrección. En esta fiesta conmemorativa de la subida de Jesucristo a los cielos, el cura que confesaba era otro. Este era un párroco que sólo venía en días señalados. Se llamaba Luis Etxebarria, pero todos le llamaban “Aita Etxebarria”. Era un hombre viejo, malhumorado y muy cascado. Había estudiado en el seminario de Derio, donde se le habían pegado malos vicios. Además, tenía una tendencia compulsiva a la buena vida. Avaricioso, con el dinero de la iglesia preparaba buenas comidas y timbas. De moral dudosa, condenaba al infierno a unos, mientras que enviaba al cielo a otros según le convenía. Hombre vanidoso, se creía inteligente y buen orador, aunque simplemente repitiese las palabras de otros. Tal era su arrogancia, que en los sermones no dejaba a títere con cabeza, creyéndose el único en portar la razón. En el barrio, todo el mundo le tenía miedo ya que conocían sus influencias y su poder. Por eso, cada vez que venía a confesar, todos iban uno a uno contando sus pecados y pagando el diezmo eclesiástico, ya obsoleto pero que seguía vigente en aquella parroquia.

Eva, como todos los años, estaba nerviosa. Le temblaba todo el cuerpo y apenas podía andar. Con voz temblorosa y con un billete, se dirigió al confesionario, ahí se arrodilló después de darle el dinero.

- Hola hija, ¿algún pecado que debas confesarme?—le preguntó el Padre tras recibir el diezmo.

-

- ¿Cuáles?

- Bueno, he sido mala con mi hermano y mi hermana, he hecho enfadarse a mis padres y hago cosas que no debería... – dijo temblorosa Eva.

- Ay hija, eso hay que remediar, pero, dime, ¿eres buena en casa?

- Bueno... – respondió dubitativa

- ¿Lo intentas? – preguntó amablemente el Padre.

- Sí – aseveró ella.

- Bueno, pues intenta que siga siendo así y mejora lo que estés haciendo.

- Vale.

- Sin pecado concebido, puedes marchar en paz.

Eva salió aliviada de aquella prueba. Tras la misa, fueron a casa. Allí, Miguel, el hermano de Eva, la dio un papel: el cura la llamaba para cantar con el coro. Según ponía, era la voz que necesitaban en misa. Su madre se puso muy contenta tras conocer la buena nueva. En aquella parroquia, era muy difícil entrar al coro. Sólo los hijos de la gente importante del barrio pertenecían, es más, muchos de ellos, habían pagado un elevado diezmo para poder entrar. En cambio, gracias a Eva, su familia se iba a sentar adelante, con los importantes, y sin soltar un duro. Y es que esa parroquia era muy selectiva. La iglesia estaba dividida en varios sectores; adelante estaban los niños, detrás los más ricos y al fondo y a los lados los menos pudientes. Los pobres se quedaban fuera pidiendo dinero ya que no pegaban con el pintoresco paisaje. Las misas más que un acto religioso, servían para mostrar quién era el más pudiente del barrio. Así, cada familia competía a ver quién era más petulante y opulenta. Además, intentaban mostrar una felicidad tan aparente como su estilo. Para eso, iban a misa, desde el abuelo hasta el nieto, con una sonrisa de oreja a oreja. Primero llegaba el abuelo con su mujer, que vestía pieles, luego llegaban los hijos con sus cónyuges y sus hijos, éstos siempre vestidos con ropa importada, y como siempre llegaba algún sobrino rezagado. Al entrar, saludaban a todo el mundo y se ponían a hablar. Los mayores hablaban de sus épocas gloriosas, las mujeres cotilleaban y los hombres discutían de política y economía mientras sus hijos jugaban entre ellos. Había una familia que destacaba entre todas; eran los Areilza. Estos eran la viva imagen del sistema social del barrio. El “Padrino” era José de Areilza que era un fruto de la “meritocracia”.De buena familia, estudió y trabajo a destajo hasta conseguir dinero suficiente para poder vivir bien. Además, tuvo suerte en sus inversiones que le llevaron a amasar una fortuna de la cual vivía su desdencia. Su mujer, María, era la típica mujer florero. Cotilla por naturaleza, se pasaba todo el día en casa sin saber qué hacer. Cuando se aburría, quedaba con sus amigas, igual de aburridas que ella, y despachaban a destajo sobre la vida social del barrio. A pesar de su tranquila existencia, inculcó en sus hijos el valor del trabajo que ella nunca hizo. Y es que los Areilza tuvieron 3 hijos muy diferentes. Por un lado, estaban los dos chicos Enrique y Julio y por el otro Amelia, la chica. Amelia estaba entre los dos chicos y ello le influyó mucho. Aprendió de Enrique a trabajar y de Julio a protestar. Soñadora por definición, vivía en las nubes. Deseaba un mundo diferente y más justo. Todas las ideas que defendía las contradecía en la practica o eran simplemente elucubraciones suyas. Defendía a la mujer trabajadora, pero ella lo hacía en casa, defendía el sufragio universal pero no quería que todas las ideas se presentasen. Además, soñaba con una sociedad donde todos dispusiéramos de todo y fuera eso infinito para así no haber pobres, sino ricos. Su utopía era un Jolaseta a escala mundial, dónde las mujeres tomasen el té con sus amigas mientras sus maridos discutían de temas “importantes”. Amelia estaba casada con un industrial, del que vivía, y tenía dos hijos; Juan y Amelia, cada uno más petulante que el otro. Julio, que era el pequeño, era un romántico. De vida bohemia, creía en las causas perdidas y soñaba con ser un poeta francés. De naturaleza rebelde y algo arrogante, vivía en un ático pagado por su padre para que dejase de dar la petardada en casa. Y es que Julio se pasaba todo el día protestando en casa sin pegar un palo al agua, justo lo que odiaba su padre. Enrique era todo lo contrario, de carácter reservado; vivía por y para sí mismo. Gran abogado, no salía de las cuatro paredes de su despacho más que para volver a casa. Ahí, daba lo poco que le quedaba a sus hijos Gabriel y Lucía. Aun así, vivía obsesionado con su trabajo. Parecía que quería distraerse de su amarga existencia con la abogacía. Enrique estaba casado con una mujer a la que no quería, no obstante, no podía abandonarla porque estaba mal visto por su familia. Clara, como se llamaba ella, se casó por interés y acabó perdidamente enamorada de su marido aunque tenía muchos amantes. Así, intentaba olvidar el fracaso de su matrimonio; su marido la odiaba. Pese a esa frustración, aparentaban ser felices en el barrio.

En el barrio, todos los tomaban como ejemplo a seguir y algunos soñaban con casar a sus hijos con alguno de ellos. La madre de Eva se puso muy contenta al ver que su hija iba a cantar con Lucía y Amelia en el coro de la iglesia.

sábado, 22 de marzo de 2008

La lucha (I y II)

No preguntes por qué naciste, quizás no hay respuesta. Los muertos son como las olas en el mar; el viento se los lleva. Las cenizas se esparcen por el cielo y hasta nunca. Siempre aprecié la simplicidad de las palabras. Irse por las ramas nunca es bueno, hace que la esencia escape. Poner una armadura a un hombre le protege pero no le deja expresarse. Está bien esconderse detrás de las metáforas pero mal tratar de huir.

Algunos utilizan el inconsciente para justificar lo injustificable. Creen que su capacidad mental es infinita y buscan respuesta donde no hay preguntas. Nadie sabe quién es, ni quién será. El humano desconoce su naturaleza. Aún así, sobrevive.

Es posible vivir entre líneas. La vida da ciertos descansos en esta lucha sin cuartel. Nos desgastamos poco a poco hasta el día del fin. A pesar de ello, tenemos momentos donde deseamos ser infinitos. Renunciamos a la muerte como si fuera posible. Todos acabaremos bajo tierra, tarde o temprano.

No te cuestiones por qué soy así. Las circunstancias me construyeron aunque tenga una identidad. Nada es para siempre, por eso hay que saber cuidar lo que se tiene. La conservación no va en contra del progreso. Destruir para crear puede ser huir hacia delante. La inteligencia es un bien preciado que puede convertirse en un arma destructiva.

Las palabras matan más que las balas, menos mal que los libros no son pistolas. En tal caso, muchos habríamos muerto. La vida deja a cada cual en su sitio, pero para saber cuál es el mío debo morir.

Al final, acabaremos olvidados. Somos un trocito ínfimo de la historia de este planeta. Los que nos conocieron nos recordarán, ahí quizás perdura el alma. No creo en la vida eterna. Es la idea de que nunca moriremos aun habiéndolo hecho.

No quiero morir esta noche, ni la siguiente. Tengo muchas razones por las que vivir y luchar. Seguir en pie es cuestión de orgullo. La lucha es infinita. Hay miles de campos de batalla abiertos por pelear.

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He vuelto a sufrir el pasado, al igual que ayer. Parece mentira que siga adelante. Nunca fui tan feliz y me resiento. Hay una parte de mi cuerpo que no lo acepta, quizás se pregunta hasta dónde llegaré.

Es indudable que llueve en la calle y que un mar de dudas asola mi ser. No sé quién soy, ni quién fui, ni mucho menos quién seré. Muchas veces pienso que el mundo lo invento; todas esas personas, sentimientos, lugares y momentos son frutos de mi imaginación.

Si los sentidos nos engañan, estamos perdidos. El hecho de perder la perspectiva de la realidad nos perjudica seriamente. Alguien que vive fuera de lo común nunca será normal, ni podrá salir de su realidad mental.

La vida pone a cada uno en su sitio, creo yo. Antes o después, a todo cerdo le llega su San Martín. La gente sin escrúpulos acaba ahogada en su mundo sin leyes. Si no nos ponemos barreras, podemos descontrolarnos y perder el rumbo. Así, éramos antes de la hominización y aunque no parezca, algo hemos evolucionado

jueves, 20 de marzo de 2008

La senda de la amargura

Pablo era un viejo bajo, rechoncho y con barba blanca. Típico hombre de izquierdas influido por el Mayo francés, amaba la cultura por encima de todo. Creía en la ilustración como filosofía y tomaba ejemplo de los surrealistas. A pesar del paso de los años, seguía creyendo que otro mundo era posible. Por eso, continuaba escribiendo poemas y novelas en las que describía una sociedad más justa y equitativa. Era un soñador.

Pablo tenía una hija que se llamaba Amanda y tenía 19 años. A los 12 años quedó huérfana de madre. Julieta, como se llamaba, era alta, alegre y cariñosa. Tenía unos ojos azules recordaban al mar de su querida Galicia. Pablo y ella se habían conocido en una de esas huelgas de universidad. Protestaban por un mundo mejor. Desde aquel día se juraron amor eterno. En aquel ambiente de cariño, ternura y confianza fue educada Amanda. La libertad, la solidaridad y el amor eran los valores que predominaban en aquella casa.

Cuando quedó viudo, Pablo cayó deprimido. Conmocionado, se encerró en casa. No salía de su biblioteca y se convirtió en un lector imparable. No dejaba títere con cabeza. Amanda, influenciada por la actitud de su padre, se volvió retraída y callada. Por eso, la relación padre-hija quedó muda. Desde aquella tragedia, se dejaron de oír voces en aquella casa; sólo había silencio.

Con los años, Amanda se abrió. Comenzó el instituto y cambió de ambiente. Ahí, empezó a experimentar con cosas nuevas. Así, llegaba a casa a altas horas de la madrugada borracha perdida. De esa manera, Amanda se fue degradando presa de su debilidad. Simpatizaba con la causa hippie y se movía por círculos poco recomendables. Pablo sentía que su hija se le había escapado de las manos. No sabía qué hacer e intentaba dialogar con ella. Su cultura liberal le impidió echarla alguna bronca. Esa actitud contemplativa hizo a Amanda más fuerte. Así, cogió la sartén por el mango. Pablo estaba hundido. Se sentía mal consigo mismo y no sabía qué hacer para convencer a su hija de que recondujese su vida. Se preguntaba en qué había fallado. Pensó que su forma de ver la vida era equivocada lo que le hizo replantearse muchas cosas. Por si esto fuera poco, Amanda amenazaba con irse de casa si su padre no cedía a su deseos. Era su manera de decir “aquí estoy” cuando no conseguía lo que quería. Al acabar el instituto, Amanda pidió a su padre poder irse de casa. Pablo no lo quería, pero se sentía mal al negar a su hija ese derecho. Así, llegaron a un acuerdo y Amanda se fue a vivir al ático. Allí, podía disfrutar de su independencia. Así que, cogió un par de libros sobre hippies, una cama y una almohada para dormir y se acomodó en la parte alta del bloque. Una vez completada su casa, dejó de visitar a su padre. Sólo pasaba por casa en fechas señaladas. Normalmente, solía estar todo el día en el ático tocando una vieja guitarra que sonaba peor que un gato maullando. Su sueño era ser poeta bohemia y morir a los 27 años. Así, las fiestas y los experimentos con psicotrópicos se convirtieron en el pan de cada día. Ella quería llegar a sus límites y desdoblarse de la realidad. Eso pensaba pero en el fondo quería huir. Estaba destrozada y sola. Además, se sentía extraña e intentaba llenar los vacíos de su existencia con drogas y sexo. Su promiscuidad era peligrosa; un día podía aparecer con un hombre como con una mujer, a los que no conocía de nada. Pronto, sus jaranas y jaleos empezaron a preocupar a su padre. A veces subía al ático pero era inmediatamente expulsado. Amanda no quería que su padre se metiera en su vida, pensaba que era mayor para valerse sola.

Padre e hija se fueron separando. Pablo, sumido en la mayor de las miserias, dejó de escribir. No tenía ganas de imaginar un mundo mejor. Amanda, en cambio, iba de bacanal en bacanal. Parecía que jugar con la realidad era su mejor divertimento. Al huir, se sentía segura y creía controlar un mundo creado por ella; era feliz en su paraíso aparente. Al de un tiempo, Amanda dejó de saludar a su padre. Sus escasas visitas se debían a falta de dinero y comida. Aquella chica retraída y callada, se había convertido en una víbora. Hacía lo que quería. Tergiversaba las palabras de su padre. Él, fácilmente manipulable, era convencido de que abroncar a su hija era coartar su libertad y ahondar en su sufrimiento. Así, tiró la toalla y dejó que su hija se desarrollase sin ataduras y paró de subir al ático. Aun así, se pasaba todas las tardes mirando por la ventana a ver si la veía; echaba de menos a su hija. Pablo quería pensar que su hija se había hecho mayor y no necesitaba su protección pero sabía que la había dejado escapar. En aquel instante, se sintió más solo que nunca. Todas sus ilusiones se habían resquebrajado. Primero, la caída del muro de Berlín que mostró que el sistema socialista no funcionaba, segundo; el fallecimiento de su mujer, y tercero; la independencia de su hija. Pablo quedó destrozado. No quería saber nada de nadie ni nada. Su capacidad de amar había desaparecido y su actitud alegre se había convertido en indiferente. No quedaban rasgos de amabilidad en Pablo. Todo le daba igual. No creía en nada, todo le había fallado. Era un hombre que no tenía planes de futuro y que se arrastraba día a día, que sobrevivía.

Las correrías y gastos de Amanda empezaron a repercutir en Pablo. Cada día eran mayores las quejas de los vecinos del bloque. Unos se quejaban del volumen de la música, otros de los horarios y otros de las malas compañías. Además, las facturas eran cada vez más altas y el presupuesto se empezaba a desbordar. Aun así, Pablo siguió pasando dinero a su hija. Pensaba que la factura era lo único que le unía a ella.

Un día, todo explotó. Eran las 5 de la mañana y sonaba música a todo volumen. Varios vecinos fueron a quejarse a Pablo. Éste les decía que no podía ir adonde su hija porque ella era mayor para tomar sus decisiones. En realidad, no se atrevía a ir al ático, tenía miedo de que su hija le rechazase de nuevo. La soledad en la que vivía le había retraído y debilitado. Cada vez que alguien le reprochaba algo, se derrumbaba. Ya no tenía aquella capacidad de lucha que le había caracterizado. Era una sombra de lo que había sido. Aun así, aquel día esta se reveló. Pablo sacó fuerzas de flaqueza, salió de su apartamento, subió las escaleras a toda velocidad y abrió el ático de un portazo. Entró y vio a su hija. Ella estaba borracha y medio desnuda con un hombre al lado. Al verla así, se enfureció y sin pensárselo dos veces, apagó la música, se acercó a su hija y tras separar al chico, que huyó escaleras abajo, la dio un tortazo. El golpe retumbó por toda la habitación. Amanda quedó alucinada. Pablo, en un segundo de flaqueza, pensó que iba a responderle, pero ella rompió a llorar. En un gesto de clemencia, Amanda intentó abrazarle. Pablo lo rechazó y con voz grave le pidió que se fuera a la calle. Sin discutir y cabizbaja Amanda cogió sus cosas y partió.

Durante los siguientes días, Amanda suplicó a su padre que le readmitiese en casa. Estaba arrepentida. Parecía que de un día a otro había vuelto a su recato. Pablo no tenía intención de perdonarle pero finalmente accedió. Para certificar la buena voluntad de Amanda, alquiló el ático y le obligó a buscar un trabajo. Después de este episodio, Pablo comprendió que ser un padre permisivo era diferente a ser un padre sometido. Se sintió orgulloso de lo que había hecho. Comprendió que la libertad y la disciplina no están reñidas.

martes, 11 de marzo de 2008

El pobre Txomin (II)

Txomin acababa de bajar del pueblo a la ciudad para comprar algo a su novia. Era su cumpleaños y no quería quedar como un agarrao. Así que entró a la tienda más cara que vio. Estaba perdido. No sabía qué elegir entre tanta ropa que le gustase a su pretendienta. A lo lejos vio a una dependienta. Era alta, rubia y con ojos azules. Tenía mucho estilo y parecía la respuesta a sus plegarias.

Parkatu neska—le preguntó Txomin avergonzado.

—Lo siento, no hablo vascuence —le respondió entre orgullosa y avergonzada.—¿Qué desea usted?

—Verá neska, nesesito algo para mi maitie. Son sus cumpleaños pronto y no sé qué kontxo comprarle.—explicó apurado. Sus palabras se entrecortaban. Estaba nervioso, parecía que la chica le miraba y le analizaba. Se sentía extraño en una tienda tan sofisticada.

—Veamos, ¿qué le gusta a su chica?

—Ni idea, señorita. Es una neska muy shimple. No le van los ornamentos ni esas coshas. Con algo sensillo me conformo, pero que sea bonito.

—Pues veamos, aquí hay un poco de todo, vestidos, collares, joyas... Usted verá qué es lo que le falta su chica.—La dependienta le fue enseñando uno a uno todos los complementos de la tienda, también le mostró los vestidos y los zapatos. Txomin estaba saturado. No entendía nada y no sabía qué comprar. Parecía que las explicaciones de la chica le confundían en lugar de ayudarle.

—No sé señorita.—le dijo con timidez. —Yo es que no entiendo de estas cosas.—Txomin se sonrojó. La chica le respondió con una sonrisa; había entendido que el hombre no tenía ni idea de moda y menos de qué podría gustarle a su novia.

—¿Cómo es su novia?—preguntó ella. Pensaba que así sería más fácil saber qué venderle. La chica tenía cierta simpatía por Txomin. Le hacía gracia su timidez.

—Pues es una chica alta, ‘fuertota’ pero muy guapa.—Txomin sonreía. Acordarse de su novia le ilusionaba. Aún así, seguía preocupado por qué comprar.

—Si es una chica alta y fuerte, quizás un vestido sea la solución. Puede que resalte su belleza. ¿De qué color tiene el pelo?

Negrro.

—¿Los ojos?

—Oscuros.

—Yo creo que un vestido le vendría bien. Aunque igual un collar o unos pendientes que le peguen con los colores del pelo o los ojos. Puede que los complementos le vengan mejor que el vestido.—Le sonrió. Txomin parecía no inmutarse y seguía pensando.

—A ver los collaresh.

—Mire.—le enseñó toda la gama. Los había de todos los colores y formas. Txomin se fijó en uno en particular. Era un collar rojo con cuentas grandes.

—Me gusta eshe—y señaló el collar elegido.

—Me parece una elección correcta, creo que le quedará muy bien a su novia. Venga y le cobro.—Los dos se dirigieron hacia la caja donde la chica le cobró el collar. Txomin sacó la cartera y pagó con la tarjeta.

Eskerrik asko, neska.

—De nada, buen hombre. Por cierto, ¿cómo se llama?

—Txomin, ¿por?

—Por nada, bueno, adiós. ¡Qué tenga un buen día!

Agur.

Y Txomin se marchó a casa alegre por haberle comprado el regalo a su novia pero extrañado porque en el reverso del recibo había un número de teléfono.

lunes, 10 de marzo de 2008

No hay derecho

Ayer en San Mamés se guardó por primera vez un minuto de silencio a causa de E.T.A.. Fue la primera vez, tras mucho tiempo, en lo que esto ocurría. Isaías Carrasco era aficionado del Athletic y quizás esto llevó al Athletic a celebrar este "homenaje" a su persona. Recordemos que fue asesinado cuando estaba desarmado y con su hija.

Se sabía que se iba a liar en San Mamés, todos los sabíamos, íbamos a ser carne de cañón en los medios de la derecha más rancia y españolista. Por eso, y porque no estoy de acuerdo con mezclar política y deporte, no estuve de acuerdo con la decisión de la Junta Directiva (elegida por los socios) y no me levanté durante el duelo. Ése duelo duró 8 segundos. Fue el tiempo que tardaron los de SIEMPRE en boicotear lo que no les gusta. Empezaron con gritos a favor del Athletic para acabar con gritos a favor de los presos de E.T.A. (los demás no existen) y PNV ESPAÑOL (su grito favorito). Eso desde el fondo Norte, otros directamente gritaron "GORA ETA MILITARRA" y "que se joda" (siempre en castellano, por supuesto) haciendo cortes de manga. Hoy, gracias a estos, somos los malos de la película y los desplazamientos a tierras españolas serán cada vez más difíciles.

Nunca había sentido tal bochorno en San Mamés a causa del público. Fue vergonzoso ver a gente sin idea de política, muchos no saben lo que dicen, coreando gritos que les habían mandado. Y es que este "borreguismo" es normal en el fondo Norte y en este mundillo. Uno manda una cosa y todos siguen. Tienen dueños y siguen sus ordenes casi dogmáticamente. Son como perros que ladran lo que sus amos mandan. Lo mejor, es que siempre están hablando de libertad, capacidad de decisión y demás mientras ellos no dejan salirse del redil a nadie y menos discernir. Siempre tienen que sabotear lo que no les conviene y hacerse las víctimas. Aunque lo más grave me parece su cobardía. Primero, porque siempre actúan en grupos (ir solo es demasiado peligroso) y segundo, porque no son capaces de salir de esa ambigüedad que les rodea. Tienen miedo a gritar "GORA ETA" (que es lo que piensan) y siempre andan con escusas o saliéndose por la tangente en todas las discusiones sobre Derechos Humanos. Aún así, a mi lo más grave me parece su hipocresía. Hablan de libertad, estado fascista y demás chanfainas mientras ellos apoyan la extorsión, el tiro en la nuca y la quema de sedes de otros partidos. Por si fuera poco, muchos de esos que gritaban ayer, aparte de no saber hacer la O con un canuto, son unos maketos que no hablan el idioma del pueblo que defienden ni tienen intención de hacerlo. Así va el país, un país donde unos cuantos bien ordenados mantienen acongojados a los demás. Un país lleno de mitos, en los que creía hasta ayer, donde la mal llamada izquierda abertzale son demócratas y portadores de libertad.

No creo que haya sido el primero en darme cuenta de eso, lo sabía antes pero no quise verlo y durante mucho tiempo lo obvié, pero con estos no llegamos a nada. No tienen formación, se dedican a fumar porros y beber litronas y no tienen ni idea de euskera. Se creen la opción mayoritaria, hablan en nombre de todos, dando lecciones y no representan a nadie más que a sí mismos. Espero que en las próximas elecciones que se presenten se den un batacazo y les de qué pensar. Creo que la izquierda abertzale tiene futuro en Euskadi, pero así no hay manera. Mientras no respeten la vida, nunca serán respetados. Además, estamos hartos de ellos, de su doble discurso y de su pataleta constante.

Menos mal que el resultado salvó el partido. Gabilondo con dos goles a pases de Llorente arregló un partido de los que hay que ganar. A ver si contra el Betis se sigue la racha.

AUPA ATHLETIC!

sábado, 8 de marzo de 2008

Otra victima más del conflicto vasco

Lo que hoy ha pasado en Arrasate no ha sido más que otra cara del conflicto que vivimos en este país (Euskadi/ Euskal Herria/ Euzkadi). Un conflicto enraizado en la sociedad hasta límite de que tú vecino puede ser tu propio verdugo.

Ha sido lamentable lo del tiroteo. A nadie le gusta matar, es cierto, pero menos morir. Ha sido otro acto de que ésto no puede seguir así. Ha sido otro ejemplo de que los políticos tienen que sentarse a hablar seriamente. El que ha disparado, seguramente, no será un tipo muy formado políticamente, será un chaval/a que ha cogido una pistola y ha matado sin mirar a la cara al ex-concejal. Ahora, estará sin dormir pensando en lo que ha hecho porque no es un trago fácil (menos para la familia). Además, matando a un ex-concejal de un pueblo de Gipuzkoa no sé que deseas conseguir aparte de repudio a la causa defendida. No sé si se habrá detenido a pensarlo. Los que no sé cómo pueden dormir son los políticos de Euskal Herria/Euskadi/Euzkadi.

Tenemos una clase política sectaria y cobarde, incapaz de ponerse a hablar y a negociar el fin de la lucha armada que solicitaban a gritos la sociedad vasca. En vez de ello, se han dedicado a increparse y a competir sobre quién había hecho menos por la paz. Es lamentable que nos merezcamos esto. Hoy saldrán llorando, en la "Foto", pero mañana seguirán tirándose los trastos a la cabeza en busca de un misero voto. Por eso, hoy no me voy a solidarizar con el PSOE, PP o cualquier partido, sino con todos los amigos, allegados y familiares del muerto, que son los que realmente lo están pasando. También, quiero recordar que la familia del que ha ejecutado la acción no estará tranquila por dos aspectos: el primero es que puede que ni estén de acuerdo con lo que ha hecho y el segundo porque la próxima vez que le vean estará en la cárcel a muchos kilómetros de casa. No es fácil para nadie y menos para la familia del asesino.

No voy a condenar este atentado porque realmente no sirve para nada. Es una artimaña para lavar conciencias por no hacer nada por solucionar el conflicto político que vive este país. Quizás me ilegalicen por ello, pero éso no será sinónimo de que esté de acuerdo con lo que ha pasado. Nadie se alegra por una muerte, estoy seguro. De todos modos, eso no quita que el domingo no vaya a ir a votar y me abstenga. Eso sí, espero que en la próxima campaña electoral hayamos avanzado en el camino para la paz. El que sufre es el pueblo, no los políticos.

Por último, pido al lector que reflexione sobre mis palabras y sepa leer más allá de lo que aparece en los medios.

martes, 4 de marzo de 2008

El pobre Txomin

Me acerqué a hablar con aquélla chica el primer día de clase. Me pareció muy simpática y muy guapa. Desde el primer instante sentí que había algo que nos unía. Nunca llegué a imaginar que fuese una trampa casi mortal. Seguimos hablando, día tras día, hasta que en la primera cena pasó lo que pasó; nos liamos. Me sentí como Napoleón cuando salió de la campaña en Italia; victorioso estaba.

Quedamos unos cuantos días seguidos y poco a poco fui cayendo en la emboscada. Xabi me avisó y no quise escucharle. Menos mal que un día pasó lo que no tenía que ocurrir. Abrí los ojos. Me sentí como Napoleón en Waterloo, pero sin tener que abdicar. Mandé todo a tomar por saco y me dediqué en cuerpo y alma a mi auténtica pasión: la literatura. Aún así, la historia no había acabado. Me sentía en deuda con Xabi por haberme avisado y apoyado. Él es un buen amigo y se lo agradecí.

Ya le dije a Txomin que no hacía falta que me diese las gracias. Los amigos de verdad están a las duras y a las maduras. Además, le expliqué que aquella mujer no me llegó a convencer en ningún momento. Lamentablemente, esta vez acerté también. A veces creo que para esto tengo un sexto sentido. Hubiese querido que Txomin fuera feliz con aquella chica, pero era imposible. Tanta simpatía y cercanía no eran buen signo. Ya se lo razoné pero no quiso escucharme. Seguramente esa mujer le tuvo embobado. Me decía que por fin alguien le comprendía. Yo le veía feliz, como nunca, pero sabía que era efímero. Sabía que, en cualquier instante, esa alegría iba a saltar en pedazos. Cuando la vi con aquel chuloputas en aquel bar no me lo pensé dos veces, y avisé a Txomin para que lo viera con sus propios ojos. El hechizo se rompió de repente y la bestia salió a la luz. Todavía me acuerdo de como gritaba Txomin mientras ella lloraba. Se dio cuenta de que habían jugado con él y se vengó a gusto. Ahora ella andará con aquel baladrón, sin saber que tuvo la oportunidad de salir con una de las mejores personas que conozco. Y Txomin, ¿qué decir? Ahora vive en un bache, pero pronto se recuperará. Volverá a estar embobado con sus historias de Napoleón, lo que le llena de verdad.


PD: Queda agradecer a la Sita. Eneriz su atención y ayuda prestada al retoque de esta historia.

lunes, 3 de marzo de 2008

El pobre Jim (como cambian las cosas)

Narrador omnisciente

Jim tenía la escopeta de su padre en las manos. Estaba excitado y nervioso. Le temblaba todo el cuerpo pero su cara reflejaba su agitación ante la idea de ejecutar a su padre. Era un alcohólico que solía pegar a su madre y a su mujer. Además, era el centro de atención de la casa, lo que encolerizaba a Jim. Éste era un chico tímido que se pasaba todo el día entre libros, con el sonido de fondo de las palizas que recibía su madre en casa. Pero aquel día todo iba a cambiar. Jim avanzó cuatro pasos, abrió la puerta del cuarto de sus padres y antes de entrar preguntó:

- ¿Padre?
- Dime hijo. – respondió él.
- Voy a matarte.
- ¿Madre?
- Dime hijo. – respondió ella.
- Voy a liberarte

Y abrió fuego. El cuerpo de su padre quedó agujereado encima de la madre que tenía el torso lleno de sangre. Jim comenzó a gritar de alegría y excitado se acercó a su madre para abrazarla. Ella quedó conmocionada y sintió un escalofrío. Intentaba reprimir su alegría por la muerte de su marido. Se sentía culpable por celebrar que le pegasen cuatro tiros, aunque sabía que nunca jamás iba a volver a ser maltratada.

Cuando llegó la policía a casa, alertada por las insistentes llamadas de los vecinos, Jim seguía abrazado y consolando a su madre que aún permanecía inmóvil debajo del cadáver de su marido. Sabía que iba a ser detenido y con toda tranquilidad se entregó. Estaba orgulloso de lo que había hecho y no sentía ningún remordimiento. Sentía que había liberado a su madre a cambio de su libertad.


Narrador objetivo


El 29 de febrero de 1962, en un pequeño pueblo de Alabama, Jim Arnold, un joven de 13 años, cometió parricidio al encontrarse con la dantesca imagen de sus progenitores en pleno coito, mientras su madre estaba siendo brutalmente golpeada.

Según fuentes policiales, el menor arremetió a tiros contra su padre, con la escopeta de caza del mismo. El móvil del crimen puede deberse a que los abusos a la madre por parte del padre, alcohólico no rehabilitado, eran constantes y también es posible que este abusase de su hijo, pero esto no ha sido corroborado, ya que el hijo se abstiene ha declarar.

El supuesto homicida se quedó en casa, consolando a su madre, después de haber cometido el asesinato. Finalmente fue arrestado, ante la consternada mirada de su madre, cuando este se hallaba sobre el cuerpo inmóvil de su conmocionada madre.

PD: Hay que agradecer la colaboración al camarada Trencitas, sin él esta historia no seria posible.